El Rugby español sueña en Zorrilla

El rugby español, si alguna vez sale del agujero del anonimato, recordará para siempre este 17 de abril de 2016, el día en el que más de 26.000 aficionados atestaron el Nuevo Zorrilla para ver la final de la Copa del Rey, a la que asistió el mismísimo Felipe VI. El derbi entre los dos equipos vallisoletanos, el VRAC Quesos Entrepinares y El Salvador, convirtió el encuentro en el evento deportivo entre dos clubes españoles, fútbol aparte, con más espectadores in situ de la historia. Los puntillosos recordarán que hubo un España-Inglaterra sub 23, capitaneada por el luego legendario Lawrence Dallaglio, en Elche que congregó a más gente en 1994. La colonia británica de la costa levantina copó las gradas del Martínez Valero aquel día. Pero comparar aquello con esto está fuera de lugar.

La presencia real en un partido de rugby en España tampoco es cosa novedosa. El bisabuelo de actual Rey, Alfonso XIII, inauguró la exposición universal de Barcelona en el estadio de Montjuïc… con un partido de ese extraño deporte que había entrado en la Península a través de los Pirineos, importado desde Francia por un veterinario catalán que había estudiado allí. Baldiri Aleu, fundador de la Uniò Esportiva Santboiana, eligió a los jugadores que aquel 20 de mayo de 1929 formaron la primera selección española, que ganó su primer partido oficial a Italia por 9-0. Naturalmente, había más espectadores ese día en el hoy Lluis Companys que ayer en Valladolid, o que en Elche, pero no habían ido estrictamente a ver un partido de rugby.

La final de ayer se presentó bajo el formato tópico del campeón ultrafavorito contra el aspirante que aspira a dar la sorpresa… y lo consigue contra pronóstico. Todo en medio de un ambiente de manicomio como no se recordaba en Valladolid desde que los futboleros del lugar ganaron la Copa de la Liga de 1984. Quizás fue aquel equipo legendario de los Fenoy, Eusebio, Pato Yáñez o Polilla da Silva el último que concitó tamaño llenazo en el Nuevo Zorrilla, donde la última persona con sangre real que pasó lo hizo para formar un lío: el jeque Fahd Al-Ahmad Al-Yaber Al-Sabah, hermano del emir de Kuwait, interrumpió el encuentro del Mundial 82 entre su selección y Francia para reclamar, y conseguir, la anulación de un gol galo logrado en (presunto) fuera de juego.

Todo fue mucho más cordial ayer, si se puede contemplar algo de cordialidad el intenso (nunca violento) choque entre los queseros, que buscaban prolongar su racha de diez títulos nacionales consecutivos, y los chamizos. El partido fue muy del gusto de la afición pucelana: táctico y cerrado, con trincheras cavadas en cada metro del campo. “Con quince grados menos y aguanieve, aquello habría parecido el Pepe Rojo”, comentó un antiguo internacional español en referencia a la instalación donde ambos equipos juegan habitualmente sus partidos.

Aunque se medían dos equipos españoles, la configuración del encuentro cumplía con los cánones del rugby estandarizado en todo el mundo: rigor defensivo, ocupación del espacio y provocación de puntapiés de castigo para ir sumando. Hasta las alineaciones tenían su puntito global, con sus pateadores ingleses (Sam Katz y Gus Griffiths), sus terceras centro polinesios (Joe Mamea y Kolokalo Gavidi) y sus tres cuartos franceses o sudafricanos (Raphaël Blanco, Yves Zebango, Jerome Pretorius, Stefan Moir…), que le daban color al acta. Pero el único ensayo del partido, el que puso los cinco puntos de diferencia final a favor de El Salvador (14-9) lo posó un aborigen, el suplente Alberto Díaz, al cabo de una espectacular jugada colectiva.

El rugby español se acostó anoche ilusionado por haber vivido, tal vez, el primer día del resto de su vida. O, a lo peor, despierta hoy con la sensación de que todo ha sido un bonito pero fugaz sueño.

Source: Deportes