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Indicará el árbitro el inicio del partido; el graderío clamará con cada jugada, un sector olvidará la política, a otro le traicionará el sentimiento deportivo y aflorará el amor por los colores de un club mientras los más cerriles, cada minuto que pasa menos ostensibles, seguirán zurrando la badana. Me lo ha recordado el amigo Graciano García, presidente de honor de la Fundación Princesa de Asturias, «no hay que contentar a los que no se contentan con nada». Lo dejó escrito Julián Marías. Es más probable que Puigdemont termine más satisfecho que Susana Díaz cuando el que indicó el comienzo señale el final. El Barça es más equipo que el Sevilla. Y está más descansado, no va a jugar dos finales en cinco días; aunque por haber ganado la de Basilea los sevillistas, con bajas fundamentales, alcanzarán el Calderón cabalgando sobre la cresta de la ola.
Es el plus de la ilusión, el de la fe insuflada por el Liverpool, que parecía tan superior e hincó la rodilla. El fútbol es una caja de sorpresas que algunos indeseables pretenden convertir en una caja de ruidos. Son esos que reclaman libertad de expresión cuando de eso no dan ni agua y, por joder la marrana, olvidan que en un campo de fútbol las únicas estrellas son los futbolistas y, a continuación, los entrenadores. A Luis Enrique le cuesta menos que a Unai Emery sacar petróleo de un pozo inagotable que mantiene su valor sea quien sea el morador del banquillo. Emery tiene que hacer más prospecciones e imaginar lo inimaginable para que el once carbure con un combustible de menor octanaje. Y lo consigue. Unai depende de muchos factores; Luis Enrique, de la inspiración de Messi, Luis Suárez y Neymar. Palabras mayores. Estrellas de un firmamento universal.
Source: Deportes