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Nadal, que venció a Gasquet (6-4 y 7-6) y Federer, que pudo con Sock, se juegan el título de Basilea. No se enfrentaban desde enero de 2014. Sebastian Fest analiza la histórica rivalidad en su libro «Sin red. La historia detrás del duelo que cambió el tenis»
Uno es zurdo y otro es diestro. Una tira para arriba, con efecto; y el otro más recto. Uno manda desde el fondo, aunque desde hace años intenta ser más agresivo, al otro le encanta la red. Uno es suizo, frío; otro es español, caliente, latino. Uno representa el talento, el otro la lucha y el esfuerzo. «Uno es un artista, otro es un guerrero», dice, en definitiva, la mítica Chris Evert.
Cierto que muchas de las afirmaciones anteriores son tópicos; acertados, aunque con miles de matices, pero Nadal y Federer, el «uno» y «otro» citados anteriormente, parecían nacidos para «odiarse» y para competir, pero una cosa no la han hecho y la otra sí. Competir, han competido como pocos antes, y lo seguirán haciendo (Hoy vivirán su duelo número 34 en la final de Basilea, después de que el español volviera a remontar para imponerse a Gasquet (6-4 y 7-6 [9/7]) y de que el suizo pudiera con el estadounidense Sock). Odiarse, no. El duelo entre las dos «R» (Rafa y Roger) ha marcado la última década del tenis y ha dado una nueva dimensión a lo que es una rivalidad deportiva.
Es difícil entender al Madrid sin el Barça, a Larry Bird sin Magic Johnson o a Mohamed Ali sin Frazier; también a Federer sin Nadal, y viceversa, pero en el caso del suizo y el español no ha habido palabras mal sonantes o polémicas graves, aunque sí desacuerdos. Una ruptura respecto a grandes batallas anteriores: McEnroe, Connors o Lendl se detestaban; Agassi y Sampras apenas se soportaban. Con Nadal y Federer, en cambio, ha habido respeto fuera de las pistas, aunque rivalidad y momentos inolvidables dentro. Sebastian Fest, periodista, ex jefe de deportes de la agencia DPA y actualmente prosecretario de La Nación, ha cubierto más de 50 torneos de «Grand Slam» y ha vivido en primera persona una rivalidad histórica en la que trata de profundizar en el libro «Sin Red» (Editorial Debate).
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A los mitos es difícil derribarlos. Por muy bien que lo haga LeBron James en la NBA, es complicado que nadie diga al final de su carrera que ha sido mejor que Michael Jordan. El ex jugador de los Bulls es intocable. Algo parecido sucedía con la final de Wimbledon de 1980 que midió a Bjorn Borg y a John McEnroe. Era el mejor partido de la historia, y punto; hasta que Nadal, en el mismo escenario, derrotó a Federer en 2008 en la tercera vez que se enfrentaban en hierba por el título en la Catedral, en un duelo que se paró mil veces por la lluvia y que terminó en penumbra, casi de noche, más de siete horas después de que empezara entre parones y juego. «Ha sido mejor que el nuestro», dijo el propio McEnroe. Federer dominaba el circuito como quería. Con su elegante revés y su poderosa derecha. Con su levitar sobre la pista, doblegaba a un rival tras otro hasta que un joven zurdo, descarado, con su pelo largo y su vestimenta atrevida, apareció con fuerza. En su primer partido le derrotó (6-3 y 6-3 en Miami, en 2004; Nadal tenía 17 años) y después se convirtió en su enemigo más terrible, en el único que lograba sacarlo de su juego. Hasta el momento, le ha ganado 23 de las 33 veces que se han enfrentado. Pero, ¿qué hay detrás de la rivalidad entre estos dos genios?
Federer: romperraquetas, arrogante, irrespetuoso, rebelde… ¿Cómo? ¿Imposible? Pues así era el suizo en sus inicios, quién lo diría viendo el jugador en el que se ha convertido y la imagen que se ha forjado con el tiempo: elegante, noble, buen compañero, el hombre que aparece en Wimbledon con un jersey de punto y una americana. Un «gentleman». Un ejemplo. El suizo maduró y cambió en sus formas y en su imagen: los primeros títulos los ganaba con una coleta y pelo largo, con una camiseta ancha, para poco después aparecer en los torneos de forma impoluta por fuera (en el vestir) y por dentro. «Es un señor», suelen decir casi todos sus rivales. Gran parte de culpa la tiene su mujer Mirka, también ex tenista, la persona que le ordenó, decisiva en su carrera como muchos otros, porque la gente que rodea al tenista puede determinar hacia dónde se dirija. Mirka es la madre de los cuatro hijos de Federer. Federer es padre de Charlene y Myla (gemelas) y Leo y Lenny (gemelos), pero sigue jugando al tenis pese a sus 34 años.
Algo similar pasó con Nadal. En «Sin red», se describe a un joven muy bien educado que apenas levantaba la mirada por timidez en sus inicios; un chico que jugaba con camisetas sin mangas y con pantalones pirata hasta que se convirtió en número uno y empezó a dar una imagen más «madura». Roger y Rafa no son amigos, pero siempre se respetaron al máximo y en sus comienzos incluso se mandaban mensajes tras los éxitos de uno y otro. Lo suyo son dos caminos diferentes para llegar al éxito. Federer parecía destinado a ello por su talento y cuando controló su temperamento, alcanzó lo que su tenis apuntaba.
Nadal fue criado en la cultura del esfuerzo, con la exigencia constante de su tío Toni, el único entrenador de su carrera y mentor desde niño. Sebastian Fest afirma que Rafa es el jugador que «más veces ha dado las gracias de la historia»: cuando le piden un autógrafo, cuando el recogepelotas le da la toalla… Una humildad que le viene de cuna, pero que se convierte en ferocidad en la pista. No hay cabeza más dura que la de Nadal, una personalidad forjada por su familia («son unos grandes discutidores») y por las lesiones, una constante contra la que también ha tenido que luchar. Alguna le amenazó con acabar con su trayectoria, le ha dejado fuera meses, pero siempre vuelve. El libro explica el buen rollo que había entre las dos estrellas, que incluso llegaron a ser presidente y vicepresidente del Consejo de Jugadores y trabajaron para el futuro de este deporte, aunque no lo entendieran de la misma manera, lo que les llevó a tener en 2012 su casi única disputa pública: Nadal quería cambiar el calendario o que los puntos del ránking se contaran cada dos años, y Federer no. Nunca se llegaron a faltar al respeto. En medio, momentos juntos como partidos de exhibición para recaudar fondos para sus fundaciones o partidos y finales míticas como la de Australia 2009, en la que Roger acabó llorando y siendo consolado por el vencedor del partido, Nadal. «Su juego es el que peor le va a Federer», resume Corretja. Y, cómo no, un apartado para el «tercer hombre», Novak Djokovic, actual número uno, cuyas formas al principio no encajaron con lo que habían sido Nadal y Federer y que también se ha ido moderando con los años.
«Sin red» echa por tierra muchos tópicos. Nadal tiene su «parte suiza», por ejemplo en los gustos musicales, y Federer su «parte latina» (sigue soñando con ser una estrella del rock). Nadal no podía haber llegado ahí sin talento ni Federer sin cabeza y capacidad de sacrificio. Ni uno es perfecto -¿quién lo es?- ni otro es sólo esfuerzo. Saben que luchan por hacer historia y aunque lo niegan, miran de reojo sus registros. Uno tiene 17 «Grand Slams» y otro 14. Los aficionados al tenis pueden considerarse afortunados de haber presenciado esta rivalidad. Y su historia todavía no ha terminado. El suizo está en un gran momento, pese a su edad, y el español ha tenido un año complicado y busca recuperarse. Ganar a su rival más «querido» le cargaría de moral. No se enfrentaban desde enero de 2014, en Australia.
Source: Deportes