Las bengalas se quedaron fuera

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La niebla volvió al Calderón, pero esta vez no se atrevió a entrar. Las bengalas se quedaron entre el Paseo de los Melancólicos y la calle Alejandro Dumas, en uno de los callejones donde se reúnen los aficionados rojiblancos antes de los encuentros. El humo salía de casa, no de los aficionados visitantes, que llegaban vigilados al estadio para situarse en el segundo anfiteatro del fondo Norte. Eran mil, aproximadamente, una tercera parte de los seguidores benfiquistas que «invadieron» el Calderón el pasado miércoles. Indy, la mascota rojiblanca, fue la primera víctima de sus pitos.

La afición rojiblanca respondía sólo cuando le recordaban la final de Lisboa, de manera directa o indirecta. Antes del encuentro, los madridistas desplegaron una pancarta con la imagen de Zoco y la leyenda: «Máxima rivalidad, nunca violencia». Los aficionados madridistas habían sido cacheados antes de entrar en el campo para que no se repitieran escenas como la del miércoles con los aficionados del Benfica. Aunque la red que sortearon las bengalas en su vuelo desde el segundo anfiteatro seguía siendo la misma. Un símbolo apenas disuasorio. La zona por la que entraban al campo los aficionados visitantes era vigilada por numerosos agentes de Policía para evitar incidentes.

Fuera, antes del encuentro, los tenderos se quejaban de que el Ayuntamiento los había alejado de la primera línea, de las puertas de acceso al estadio. «A la gente le cuesta más cruzar la acera para comprar», se lamentaban. La hinchada rojiblanca esperaba el comienzo del encuentro armada con bufandas y cervezas. La llegada de Fabio Capello al estadio animó a un grupo de aficionados. Uno de ellos, con poco pelo y aspecto de haber cumplido hace tiempo los 40: «Fabio Capello, figlio de putana…», comenzó a cantar. Otros no tardaron en hacerle los coros. «¿Te has quedado a gusto?», le preguntaba después uno de sus amigos. Él no podía disimular la sonrisa y se afanaba en contar su hazaña a los miembros del grupo que se incorporaban más tarde. «Ha venido Fabio Capello y no veas», comenzaba a relatar.

Otros estaban más pendientes del árbitro. «Es del Madrid», decía uno, que presumía de manejar buena información. «Conozco a uno que es primo de un amigo suyo», añadía. La información, de primera mano.

Los había también que añoraban los goles del Kun Agüero. «Metió cuatro o cinco ayer. A ése sí que nos lo teníamos que haber quedado, se lamentaba. Pero la culpa, parece ser, era del ex suegro. «El hijo de puta de Maradona, que estuvo trasteando ahí para que se marchara», decía. Después, en la grada todos se unieron para cantar «a capella» el himno del Atlético. El Vicente Calderón era una sola garganta «derrochando coraje y corazón». Y siguieron juntos para abuchear a Cristiano Ronaldo. Primero, cuando lo anunciaron por megafonía. Después, cada vez que tocaba la peltota. Aunque Cristiano era un amigo al lado de Álvaro Arbeloa, que fue recibido al grito de «cono, cono».

Demasiada inquina para un jugador residual en la actual plantilla de Benítez.

Source: Deportes

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