Y entonces, Zidane

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El Real Madrid peleó por la Liga hasta las últimas tres jornadas, pero el título fue finalmente para el Valencia de Benítez. La mayor preocupación de la afición blanca, como cada año, era la Liga de Campeones, que ya había conseguido en 1998 y en 2000. Era el año 2002 y el Real Madrid cerró su serie de tres Copas de Europa en color en sólo cinco temporadas. El paso por las dos fases de grupos fue más plácido que el camino hacia la «Octava». Los blancos, dirigidos por Vicente del Bosque, sólo perdieron uno de los 12 primeros encuentros, en Moscú frente al Lokomotiv.

La temporada había comenzado con la consecución de la Supercopa de España frente al Zaragoza y se podía cerrar a lo grande con un nuevo máximo título continental. La final se disputaría en el mítico Hampden Park de Glasgow, a donde podía regresar el conjunto blanco 42 años después de conseguir, en este mismo escenario, su quinta Copa de Europa. En cuartos de final el sorteó emparejó a los de Del Bosque con el Bayern de Múnich, que consiguió un gol de ventaja en el encuentro de ida. Marcó Geremi el 0-1, pero Effenberg y Pizarro le dieron la vuelta al marcador en los últimos minutos. Para la vuelta se invocó al espíritu de Juanito y se consiguió la última remontada hasta la del martes frente al Wolfsburgo. Entonces, el Real Madrid jugó también un partido inteligente, manejando los tiempos y esperando su momento, que llegó en los últimos 20 minutos, cuando Iván Helguera y Guti hicieron que la magia del Santiago Bernabéu permitiera a su equipo seguir adelante en la competición.

El siguiente paso fue el Barcelona (en aquellos momentos algo deprimido), que no tuvo más remedio que rendirse ante la superioridad blanca. Zidane y McManaman firmaron la victoria de la ida en el Camp Nou y Raúl puso el tanto de la tranquilidad en la vuelta. No hizo falta la épica para llegar a la final Aquel día, 15 de mayo de 2002, tuvo dos protagonistas: Zidane y su volea mágica, que entró por la escuadra y resultó definitiva para conseguir el título, porque lo que parecía un balón suelto sin importancia era el pasaporte a la gloria. Y Casillas, suplente al principio, pero que el destino puso sobre el césped tras la lesión de César. En los últimos 20 minutos Iker lo paró todo y terminó llorando emocionado. La «Novena» ya era una realidad.

Source: Deportes

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