Se fue Monchi y llegó el caos

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Pese a que la única verdad del fútbol son los resultados, es pertinente realizar una consideración previa. Los números honorables del Toto Berizzo, un señor en la amplia expresión del término, por su exquisita educación y por la gallardía con la que afrontó su cáncer de próstata, eran engañosos. Salvado de la eliminación a manos del modesto Basaksehir turco en la previa de la Champions por la cruceta en el último minuto del descuento, pasó a octavos dejando atrás a dos rivales de broma como el Maribor esloveno y el Spartak, que por el camino le metió cinco en Moscú. La quinta plaza en Liga, agarrada por los pelos gracias a una conjugación de fortuna y chispazos puntuales de algún jugador, era ficticia. Pero su destitución, defendible en cuanto que el Sevilla no jugaba un pimiento y amenazaba desplome, fue el inicio de un patético vodevil.

El 22 de diciembre, el club anuncia el cese de Berizzo y el plan de Óscar Arias, el heredero designado por Monchi en su última y catastrófica decisión como director deportivo del Sevilla, era traer a un entrenador indiscutible que ejerciese de eficaz paraguas contra la exigencia paroxística del entorno del club, aquejado del mal del nuevo rico en su convicción de que la grandeza adquirida en la última década era imperecedera. Una semana después, al volver de las vacaciones, la plantilla se encontraba correteando a las órdenes de un preparador físico de la casa. Blanc y Tuchel, los dos técnicos contactados, no quisieron hacerse cargo de un plantel con deficiencias tan notorias como el sevillista y un representante avispado aprovechó las prisas para colocar a Vincenzo Montella, al que le firmaron año y medio de contrato.

El entrenador napolitano aterrizó despistado como un zulú en Laponia y batió un récord (negativo) en la historia sevillista en su debut en Liga: después de más de cien derbis, se convirtió en el primero en encajar cinco goles contra el Betis. Las pasó canutas para eliminar de la Copa a los suplentes del Cádiz y el domingo, en Vitoria, se vio a un Sevilla cadavérico, derrotado por mostrarse incapaz de igualar en intensidad al rústico Alavés. Para colmo, a Montella lo asesora su compatriota Enzo Maresca, de glorioso pasado como futbolista de la casa y que, además de actuar como traductor, mantiene trato cordial con los hinchas radicales –uno de los grupos más sancionados del panorama nacional– que anteayer fueron invitados a charlar con los capitanes después del entrenamiento. Parece que nadie en la estructura del club, reputada como ejemplar, se da cuenta del peligroso cóctel que conforman los ultras mezclados con los malos resultados.

Sin ánimo de ser simplista, podría afirmarse que todos los males del Sevilla se reducen a uno: el empobrecimiento sideral de una plantilla que ya perdió virtudes en la última campaña de Monchi, pero a la que su sucesor ha empeorado hasta la saciedad. Los más de 40 millones de euros dilapidados en la columna vertebral Kjaer-Pizarro-Muriel inhabilitan a cualquier director deportivo digno de tal nombre. Óscar Arias ha invertido esa cantidad en tres futbolistas a los que la grada del Sánchez Pizjuán no silba porque el personal prefiere echarse unas risas a su costa. Su última bala es el mercado invernal, pero se han consumido diecisiete días y, con el de hoy, cinco partidos sin que haya rastro de refuerzo alguno. Su situación es insostenible.

Source: Deportes

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