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Lo primero que hizo Fabio Aru al cruzar la meta fue esperar a Mikel Landa para abrazarlo. Era un gesto de reconocimiento al compañero que le había dado el triunfo en la Vuelta. Fue el ataque de Mikel en La Morcuera el que terminó aislando a Dumoulin, hundido en su desgracia. Aru ya había atacado por segunda vez y con él se fueron Majka y Quintana. Dumoulin no tenía equipo, pero se sentía refugiado en el grupo junto a Landa, Nieve y, sobre todo, Purito, obligado a defender su posición en el podio. Así había sido hasta ese momento, todos defendían su lugar en la general, y el holandés sólo necesitaba mirar a Aru. Pero, de repente, atacó Landa. Y con él se fue Purito. Nieve lo intentó, pero no aguantó el ritmo. Fue el único al que alcanzó Dumoulin, que miraba para atrás, desesperado, en busca de una ayuda que no llegaba. «Lo hemos visto cansado y por eso hemos vuelto a atacar cuando quedaban dos kilómetros para la cima», explicaba Aru después.
Landa hizo el trabajo para distanciar al líder. «Veíamos que se descolgaba y hemos decidido apretar», explicaba después. Mikel se ocupó de la subida. Se dejó el alma y las piernas para llegar arriba con 24 segundos de ventaja sobre Dumoulin. Cuando el holandés se acercaba en el descenso a nueve segundos, la táctica de Astana encontró una respuesta. Luisle y Zeits, que se habían marchado por delante en la escapada que se formó al comienzo de la etapa, esperaron a su líder para completar el trabajo. La diferencia volvió a crecer y a medida que le caían los segundos, se multiplicaba la desesperación del holandés, incapaz de reducir la distancia. «Llevábamos todos los días con la misma táctica, acelerando en los puertos duros y arrancando Aru. Teníamos que cambiar la táctica, mandar gente por delante y endurecer la carrera a la mitad. Ha salido todo bien», explicaba Luisle después de abrazarse con Landa y Aru al cruzar la meta.
Por delante, la pelea continuaba. Una vez liquidado Dumoulin, Majka y Quintana querían más. Saltaron en Cotos en busca del podio. Ese ataque terminó de hundir al holandés, que seguía sin ayudas. El Astana tiraba por detrás para proteger el maillot rojo que ya era de Aru. Y Purito para defender ese paso adelante que dio en el podio. Dumoulin no podía más. «Estoy vacío», resumía después de una etapa en la que salió líder y acabó sexto en la general. Ni siquiera le quedaban fuerzas para hacer rodillo, como es su costumbre. Sólo quería meterse en el coche y digerir su derrota.
Nadie se preocupaba de Rubén Plaza, que rodó solo durante 140 kilómetros para ganar la etapa. Lo importante era lo que sucedía detrás. Con jornadas así, la Vuelta construyó su leyenda en los 80, con ataques como el de Hinault en Serranillos para eliminar a Gorospe, o el de Delgado camino de las destilerías Dyc. Y así siguió con Contador en Fuente De. «Alberto es mi ídolo y en los últimos años ha demostrado que se puede atacar, aunque sea desde lejos», explicaba Aru. Aunque reconoce que sin sus compañeros «no podía haber hecho nada». Sin los que están aquí y sin los que se han tenido que marchar. Como Paolo Tiralongo, con el que habló antes de la etapa. «Me ha motivado para atacar», confiesa. Porque Tiralongo, además de su compañero, es su amigo y confesor. «Me hace tener los pies en la tierra», dice. Incluso después de haber ganado la Vuelta.
Source: Ciclismo