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El VII Campeonato Mundial de atletismo que se celebró hace veinte años justos en La Cartuja, la isla que forman los dos brazos del Guadalquivir a su paso por Sevilla, ha quedado indisolublemente unido a un hombre, Michael Johnson, y a una marca, 43:18 segundos, una marca de otro planeta que se convertía en el récord planetario de los 400… hasta que Wayde Van Niekerk la rebajó (43:03) en los pasados Juegos Olímpicos de Río. Da igual. Cada plusmarca batida humaniza a su antiguo detentor, excepto si éste posee el carisma de este corredor texano que dominó el sector de la velocidad sostenida atentando contra todos los cánones técnicos. Todos cuantos contemplamos aquella carrera del 26 de agosto de 1999 tuvimos la certeza de vivir un momento soberbio e irrepetible.
Michael Duane Johnson, alias «El expreso de Waco», ya era un atleta de 32 años y un palmarés apabullante –triple oro olímpico y siete veces campeón mundial– cuando compitió en Sevilla. La cima del arte de este velocista que avanzaba con el tronco completamente erguido y pasos muy cortos, al modo del correcaminos de los dibujos animados, se había alcanzado en los Juegos de 1996, en Atlanta, cuando ganó en 200 y 400 metros, pulverizando en el doble hectómetro (19:32) el récord más antiguo del atletismo, que ostentaba el italiano Pietro Mennea (19:72) desde 1979. En la final de 400 en La Cartuja, archifavorito ante una concurrencia que no lo empujaría a forzar su talento –el brasileño Sanderlei Claro y el mexicano Alejandro Cárdenas fueron sus discretos acompañantes en el podio– nadie pronosticaba la hazaña bárbara que completó: corrió en solitario hasta desalojar a Harry «Butch» Reynolds del trono universal de la vuelta a la pista.
Dos días antes, el 24 de agosto, se había celebrado la considerada mejor carrera, en gran campeonato, de 1.500 metros de la historia. El marroquí Hicham El Guerrouj, todavía traumatizado por su fracaso en los Juegos de Atlanta, quiso asegurarse el triunfo ordenando imponer un ritmo frenético a su joven compatriota Adil Kaouch, que sacrificó sus opciones para ejercer de liebre de su compatriota. El Guerrouj temía a un elenco suntuoso de rivales encabezado por Noah Ngeny y Fermín Cacho, dos hombres capaces de correr por debajo de 3:28, cada uno acompañado por dos compatriotas altamente cualificados: Reyes Estévez y Andrés Díaz completaban la armada española; Laban Rotich y David Lelei eran los otros kenianos. El genio magrebí debía vigilar además a un puñado de temibles francotiradores. El argelino Nourredine Morcelli, su verdugo olímpico, ya era veterano, pero nadie dudaba de su peligrosidad si la carrera transcurría lenta, posiblidad que también excitaba las ansias de medalla de gente habituada a los podios como el portugués Rui Silva, el francés Driss Maazouzi o el ruso Viatcheslav Shabunin. Kaouch debía correr mucho para que el maestro rematase la faena.
Source: Deportes