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Por un momento, el joven Jakob Ingebrigtsen pensó que sí, que era posible. Lo vio. Estaba donde quería: en la última vuelta de la prueba de 5.000 metros del Mundial de Doha metido en el grupo de cabeza. El fenómeno noruego es el campeón de Europa también de 1.500. Tiene un buen final. Y se puso a tirar… Antes de tiempo. Miraba para atrás y le pareció que los tres atletas etíopes, Edris, Barega y Bekele, cedían. Por allí estaba también el canadiense de origen somalí Mohammed Ahmed y el estadounidense-keniano Chelino. Era África, reina del fondo, contra el joven Jakob, a quien le pudieron las ganas y que se equivocó en su apreciación. No estaban entregando terreno los etíopes, estaban preparando la estocada definitiva. Y en la última curva, a falta de los últimos 150 metros de los 5.000 de la prueba, ya se veía que el noruego, aunque seguía primero, no iba a poder. Le pasaron como aviones Edris y Barega, para marcharse a por el oro (ya lo fue hace dos años en Londres) y la plata, respectivamente, sin discusión. Podía ser el bronce para el menor de los Ingebrigtsen, pero tampoco. Las fuerzas le abandonaron. No dio para más. Su cuerpo se paró, colapsado, en ese estado en el que ni el poder de la mente es suficiente: por mucho que quieras, por mucho que la meta esté ahí, que sea un empujón final, no vas. Y acabó casi trotando Jakob, con el cuerpo envenenado por el ácido láctico, superado también por Ahmed (bronce) y por el tercer etíope, Bekele. Llegó tan apurado a la última línea el atleta europeo que se lanzó al suelo extenuado apenas la superó. Necesitó un rato para recuperar las constantes.
Su gran mérito es que los africanos le tuvieron en cuenta. Contaban con él y por eso la estrategia estaba clara: tirar rápido desde el principio para convertir en un infierno las doce vueltas y media al estadio. Se daban relevos, primero uno, después otro, que el ritmo no pare. Los hermanos Ingebrigtsen, porque son tres, se mantenían al final del grupo en el arranque, con sus flequillos impolutos arriba y abajo con cada pisada, tras cada zancada. A los dos kilómetros, Henrik, el mayor, con su bigote y su pinta de Freddie Mercury, perdió contacto. Los otros dos aceleraron para irse con los favoritos, y empezaron las hostilidades. En los 4.000 metros, los codos y los empujones, repetidos en las curvas, los tropezones mientras se buscaba la mejor posición. Y Filip, el mediano, sucumbió a falta de 500 metros, poco antes de que su hermano empezara a pensar que sí, que era posible. Pero no. El plan de los etíopes funcionó. Querían ir tan rápido por eso. Obligaron a Jakob a correr casi más veloz que nunca los 5.000 (13:02.93 hizo, cuando su mejor registro es 13:02.03). Edris y Barega bajaron de los 13 minutos, la barrera en esta distancia.
Quien pensaba y sabía que era posible fue otro noruego, también repeinado, Karsten Warholm, rey de los 400 vallas pese a que es una de las pruebas con más nivel del campeonato, con tres hombres por debajo de 47 segundos. Y los tres fueron oro (Warholm), plata (el estadounidense Rai Benjamin) y bronce (el qatarí Samba). Pero la plusmarca mundial no cayó.
Source: Deportes