Esperpento histórico en el Tour

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En una tarde tan desastrosa y lamentable para el ciclismo como la de ayer lo mejor es echarle humor ácido. Eso se le da muy bien a Geraint Thomas, uno de los hombres de confianza de Chris Froome. Es galés, serio y cortante. Hay que pillarle el tono. El año pasado sufrió una fortísima caída en un descenso en el Tour. Se golpeó fuertemente la cabeza. Cuando los médicos llegaron donde yacía casi inmóvil le preguntaron cómo se llamaba. «Soy Chris Froome». Los galenos no sabían qué hacer. El chico estaba completamente perdido. Hasta que se echó a reír.

Ayer en Chalet Reynard, allá hasta donde el viento dejó subir la etapa del Mont Ventoux, a donde Froome llegó entre una carrera a pie, una transición, bicicleta y otra transición para coger otra, cuando supo del bochornoso espectáculo en el que se vio envuelto su jefe, Geraint Thomas dijo al llegar a meta: «Bueno, Chris Froome es de Kenia, todos sabíamos que en cuanto se quedara sin bicicleta iba a echar a correr».

Mejor reír que llorar. Porque lo de ayer fue un espectáculo vergonzoso que demuestra una vez más que en el ciclismo lo que menos importa son los ciclistas. Era 14 de julio, fiesta nacional francesa, y el Tour había reservado el Mont Ventoux, pero llegó el viento y la meta tuvo que acortarse seis kilómetros más abajo, en Chalet Reynard. Lo que no se recortó fue la cantidad de público. Toda la marea de gente que iba a repartirse por los 16 kilómetros de cuneta que hay hasta la cima del Gigante de la Provenza se vieron encajonadas en diez kilómetros. Menos espacio para respirar.

Todos quieren ver a sus ídolos, llevan horas, días algunos. Y cuando llegan se desata la enajenación. Porque primero pasa un coche. Luego otro. Y otro. Y después una moto de un comisario. Luego la de un fotógrafo. Más tarde, la de la cámara térmica que controla que los ciclistas no lleven motores. Y la última, la más pegada, la de la televisión. El resultado, un tapón. Para cuando pasan los ciclistas, entre la marea de gente que se cierra a su paso y las motos, no hay sitio ni para pedalear. Eso les pasó ayer a Mollema, a Porte y al líder Froome. Lo extraño es que no pase más veces.

Después de haber asediado a Quintana con el impresionante trabajo de Wouter Poels, Sergio Henao y Mikel Landa, llega la hora. Es el momento. Froome arranca y se marcha hacia el Chalet Reynard sin que el colombiano, sentado y muerto, pueda hacer nada para atraparlo. Con el líder se marchan Mollema, en un día de completa inspiración, y Porte. Entonces, a menos de un kilómetro para el final, el holandés del Trek lanza su refriega.

Los gendarmes están desbordados, son pocos para la cantidad de gentío que hay en la carretera. La moto de televisión reacciona tarde ante el cambio de ritmo de Mollema y se lo come. A él, a Porte y a Froome, que va a rueda, el último de los tres y sufre otra colisión más con otra moto que viene justo detrás de él y que le parte la bicicleta. A 180 pulsaciones por minuto, con el maillot amarillo descosiéndose de sus espaldas, Froome reacciona dejando la bicicleta apoyada en la moto de un fotógrafo y, como si de una transición en un triatlón se tratase, echa a correr. Cuando el coche neutro llega hasta él para darle una bici, Nairo y su grupo ya le han sobrepasado. Se sube a ella Froome, a que no se le escape su Tour. Pero no puede pedalear, las calas son de diferente marca. Hasta que no llega el coche del Sky con su bici de repuesto pasan minutos que parecen horas eternas.

Froome cruza la meta con el maillot amarillo perdido. Ahora es propiedad de Adam Yates pero tras una larga deliberación, los jueces deciden darle el mismo tiempo de Mollema, con quien iba antes del accidente. La polémica está servida.

Source: Deportes

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