El hombre de la calle 8

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Michael Johnson, elegante, trajeado y sin corbata, abandonaba el «Engenhao» mezclado entre periodistas, pero no quería hablar. Todo lo que tenía que decir sobre la asombrosa carrera de 400 que habíamos visto antes lo contó en la BBC, donde es comentarista. Y en un tuit: «Van Niekerk es la nueva estrella del atletismo mundial. Soy fan suyo». Se reconoce seguidor de quien le ha arrebatado un récord que poseía desde hace 17 años (26 de agosto de 1999), cuando en los Mundiales de Sevilla estableció un marca difícil de igualar y casi imposible de rebasar en esa distancia tan suya.

14 de agosto de 2016, diecisiete años después menos doce días de aquel registro universal: 43.18. El granadino Kirami James y el estadounidense Lashawn Merrit apuntan en la calurosa noche de Río al oro en 400. Pero también el campeón del mundo, el joven Wade van Niekerk, un surafricano con una maravillosa historia de superación guiada por una tatarabuela de 74 años, Anna Sophia Botha. Wade Niekerk, nacido en Ciudad del Cabo hace 24 años, concurría con un registro personal de 43.48 y unos números que le convierten en un atleta excepcional: es el único velocista que ha bajado de los 10 segundos en los 100 (9.98), de los 20 en los 200 (19.94) y de los 44 en 400 (43.48, antes de la histórica final).

Su situación en la calle 8, ahí, como apartado, no presagiaba el bombazo que estaba por explotar. Pistoletazo de salida, Merrit que coge bien la compensación al resto, James que entra a la par con él en los últimos cien metros y, de repente, la bala: Van Niekerk. Les ganó con ventaja más que apreciable; el surafricano se llevaba las manos a la cabeza, como si no creyera que había ganado el oro, y acaso no pensaba que su medalla pesaba mucho más. Cuando apareció en los marcadores su marca, la explosión de júbilo fue general: ¡43.03! Acababa de batir por 15 centésimas el récord histórico de Michael Johnson. Merrit, sentado a un lado de la pista, no se lo podía creer. Hacía gestos de incredulidad con la cabeza, pero era cierto, había batido el récord del mundo de 400 el tipo de la calle 8.

Martí Perarnau, en su blog, facilita curiosísimos detalles sobre la nueva estrella olímpica. Hijo de una velocista, Odessa, y de Wayne, un discreto saltador de altura (2 metros su mejor marca), Wade no tardó en mejorar el salto de su padre (2,06), pero a pesar de que casi todos los deportes se le daban bien, fue su padrastro quien le fue descubriendo. Pero el chaval tenía un serio problema, su fragilidad muscular. Demasiados problemas con los isquitibiales le tuvieron prácticamente parado en 2011 y 2012. Frenada su evolución por las lesiones, un ángel se cruzó en su camino, la señora Botha, su entrenadora a partir de entonces, y la persona que diagnosticó lo que había que hacer para que Van Niekerk progresara en el atletismo. Para reforzarle la musculatura recurrió al especialista Cobus Calldon. Y, además, le subió la distancia y empezó a hacer series inagotables de 800 y 1.000 metros.

Wade renegaba porque decía que el ácido láctico le estaba matando, pero su evolución, siguiendo los consejos de su entrenadora, la tatarabuela Botha, divisó la cima en 2015, cuando en el Mundial de Pekín formó parte de la final de 400 más rápida de la historia. Los ocho finalistas hicieron una media de 44.317; la marca de Wade, 43.48. Y campeón del mundo. No fue, por tanto, una sorpresa su victoria en Río; sí lo es su astronómico récord: 43.03. Y corría por la calle 8.

Source: Deportes

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