El cerebro creció bajo los palos

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Si algo bueno tenía el Sevilla de la primera mitad de los noventa eran los entrenadores. Al histórico club andaluz trataba de sacarlo de la mediocridad el presidente Luis Cuervas, con un jovencísimo José María del Nido manejando los hilos desde la vicepresidencia, con la sencilla fórmula de darle las llaves a un técnico reputado: Cantatore, Espárrago, el campeón del mundo Bilardo o Luis Aragonés intentaron en vano pilotar el renacimiento sevillista. Ese rosario de pequeñas, diminutas, alegrías y grandes frustraciones se hizo de la mano de una pareja de guardametas jóvenes incorporados en 1990 y que se separaron siete años después, sin haber pasado a la leyenda de la portería pero con bagaje suficiente como para emprender una exitosa carrera como técnico.

Con semejantes maestros, no extraña que Ramón «Monchi» Rodríguez Verdejo (San Fernando, 1968) y Juan Carlos Unzué Labiano (Pamplona, 1967), primer jugador a cuyo nombre se consagró una peña femenina en España, se hayan convertido con el tiempo en, respectivamente, el ideólogo y la materia gris de los finalistas que mañana se disputarán la Copa. Porque si nadie niega que el Sevilla de la última década le debe muchos de sus éxitos al ojo clínico de su director deportivo, muy pocos discuten que en la sala de máquinas del Barça de Luis Enrique, el del triplete y las dos ligas consecutivas, manda la capacidad analítica del segundo entrenador.

Después de abandonar el Sevilla con el traumático descenso de 1997, tras encajar en el viejo Tartiere ovetense el gol de la puntilla, Unzué peregrinó por varios clubes modestos en el final de su carrera antes de ingresar en el cuerpo técnico del Barcelona de la mano de Rijkaard. Quiso emprender una carrera en solitario, que lo llevó a experiencias agrias en Soria y Santander, pero encajó a la perfección como asistente en el Celta de su amigo Luis Enrique, que tiró de pedigrí culé para llevárselo hace dos veranos de vuelta al Barça.

Monchi no le discutió el puesto al navarro en las primeras cinco temporadas en las que coincidieron pero sí en las dos últimas. A raíz del descenso administrativo de agosto del 95, el Sevilla se convirtió en una casa de locos en la que los canteranos ganaron peso ante el desgobierno del club. El carisma de Monchi lo llevó a dar un paso adelante en la situación crítica y adelantó a su compañero durante ese bienio: una actuación suya memorable en el Calderón permitió la permanencia del equipo, que quizás también se habría salvado al año siguiente de haber jugado él en el tramo final.

El desgaste brutal de dos campañas en Segunda lo llevó a una retirada prematura y a convertirse, apenas sobrepasada la treintena y, casi por casualidad, en el director deportivo del Sevilla. Tenía contrato en vigor como delegado pero Joaquín Caparrós quería en el cargo a Cristóbal Soria, así que Monchi fue «aparcado» en un despacho por el venerable Roberto Alés. «Conviérteme en un gran presidente», le dijo. El resto es Historia.

Source: Fútbol

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