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Jero abrazaba a Ardy en la esquina. Le consolaba después de perder un combate que creía ganado en el cuarto asalto cuando mandó a Cristian a la lona. Los dos se apellidan Rodríguez, pero se pegaban como hermanos. Ardy esperaba ilusionado el combate por el campeonato de España de los supergallos. Los dos aspiraban a la gloria vacante de un título que ninguno defendía. Más de cuatro horas habían pasado desde que Francisco Rodríguez y Álvaro Guerrero comenzaran la velada en el Casino Gran Madrid con un combate intenso que acabó en nulo.
La mujer de Ardy, con su segunda hija en la barriga, no quería perdérselo. Jugaba en casa, con muchos de sus amigos del barrio del Lucero en las gradas. «Cómete las lentejuelas», le gritaban desde las sillas que rodean al ring al ver aparecer a su rival, a Cristian, envuelto en un uniforme brillante. Pero Ardy cayó en el décimo. Dos veces. La segunda fue definitiva para perder por KO técnico. Un desenlace brusco pero inesperado. Ardy pensaba en la mano definitiva desde que tiró a Cristian en el cuarto. Le contaron hasta siete. Estaba débil, pero encontró el aire. Aceptó el juego que proponía el rival. Ofrece su cara como cebo. Sonríe desafiante mientras se mueve en la distancia en la que las manos llegan. Alimenta la esperanza de Cristian con la guardia baja, confiado en su esquiva y en la agilidad de sus piernas.
A Cristian le indicaban desde la esquina que le cortara el aire, que amenazara arriba para cazarle abajo. Ardy seguía confiando en la rapidez de sus piernas, hasta que se fueron quedando sin aire. Se movía pesado, no tan ligero como en el comienzo. Y Cristian se sintió fuerte. La caída parecía ya sólo un accidente lejano. Ahora era el rival el que temía caer. Él mandaba.
Los gritos de ánimo que se escuchaban al principio comenzaban a transformarse en preocupación. «Ahora sale el Ardy», decían antes del combate con la confianza del que siente que su chico va a ser el campeón. Después empezaron las dudas. Primero por la estética. «Que deje el pantalón», se escuchaba cuando Ardy trataba de mantenerlo en su sitio. «El combate se le va», se oía después. Y el combate se le fue.
Fue en el sexto cuando Cristian comenzó a sentirse fuerte. Empezó a sentir que las manos llegaban. Primero una al hígado que le enseñaba el camino. Después llegaron más. Y en su esquina aparecieron las primeras sonrisas. Veían cerca el final con su hombre levantando los brazos.
Cristian hizo perder pie a Ardy en el noveno con otra mano en el costado. El boxeador del barrio del Lucero aprovechaba para coger aire, con la rodilla en el suelo. Contando con el juez los segundos para ganar un poco de aire.
No fue suficiente. No hubo tregua. Cristian sabía que por fin tenía a su presa. En las gradas, los gritos de los pocos canarios que lo acompañaban ya pesaban más. Ya nadie jugaba en casa. Sólo había un boxeador más fuerte que otro. La esquina de Cristian se esforzaba por contener la euforia de los suyos. Cuando el «speaker» lo anunció como ganador ya no hubo nada que contener.
Source: Deportes