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Es probable que muchos aficionados atléticos no recuerden el nombre de Víctor Curto, aunque tenga mucha culpa de lo que le sucede al Atlético desde hace unos años. El 21 de diciembre de 2011, el Atlético celebraba la comida navideña con los medios como previa a la vuelta de la eliminatoria de Copa contra el Albacete. Era día de celebración, se acercaban las vacaciones y el Atlético sólo necesitaba un gol para remontar el 2-1 de la ida en el Carlos Belmonte. Pero a los 20 segundos Curto marcó el 0-1 con el que acabó el encuentro. Aquel fue el último partido de Gregorio Manzano como entrenador del Atlético. Los rojiblancos estaban décimos en la Liga, a 21 puntos del Real Madrid, que era líder. Con el Cholo acabaron quintos, a 44 puntos del Madrid, pero a sólo dos de la Liga de Campeones que tan lejana parecía en diciembre.
El Cholo ganó en su primer año la Liga Europa, algo que ya había conseguido Quique Sánchez Flores dos años atrás. Pero su objetivo estaba más allá. Al año siguiente clasificó al equipo para la Champions y ganó la Copa en el Bernabéu al Madrid de Mourinho, catorce años después de la última victoria del Atlético contra su gran rival. Y en 2014 le sobraron sólo unos segundos de la final,igual que había sucedido 40 años contra el Bayern, para ganar su primera Liga de Campeones contra el Real Madrid.
Los dirigentes rojiblancos contrataron un paraguas cuando ficharon a Simeone, alguien que tuviera el cariño de la grada y que cambiara los gritos contra el palco por ánimos al equipo. Por eso le dieron la libertad que no tuvieron entrenadores anteriores. El Cholo tiene el mando absoluto sobre lo que sucede en la plantilla. La única limitación es económica. Y tiene el apoyo de la grada desde el momento de su presentación.
Su primer entrenamiento ya despertó una expectación parecida a la de cualquier partido grande. Era complicado encontrar aparcamiento en las cercanías del Calderón y en la grada que se abrió al público cabían pocos más. El «ole, ole, ole Cholo Simeone» se volvió a escuchar en el Calderón y ahí sigue desde entonces, hace ya cuatro años y medio.
Simeone es algo más que un entrenador para el Atlético. El Cholo dirige a la grada desde el Calderón. «Marca goles desde el banquillo», dicen algunos jugadores. Porque cuando el partido se aprieta y el Atlético más necesita el apoyo de los suyos, el Cholo comienza a agitar los brazos desde la zona técnica segundos antes de que el estadio comience a rugir. Ha convertido a la afición en un jugador más. Y eso lo hace desde la rueda de prensa anterior a cada partido. No hay comparecencia del Cholo antes de un encuentro en el Calderón en el que no pida la participación «de la gente».
Con esas armas ha conseguido una Liga que el Atlético llevaba 18 años sin ganar. Y la ganó, además, en el Camp Nou con un gol de Godín. El Cholo ha transmitido su espíritu a todo el equipo y el uruguayo es uno de los imprescindibles para eso, para que el equipo no tenga miedo a nada ni a nadie. Igual que Gabi, el heredero de su número «14». Simeone transmite intensidad a sus jugadores, al estadio, a la afición y utiliza cualquier arma para ganar. Si hay que ordenar que se lance un balón al campo, como hizo contra el Málaga, se ordena. Si hay que pegar un manotazo a Pedro Pablo, el delegado, como hizo ayer porque el cambio no se ha hecho a tiempo, se hace. «Quiero que mi equipo moleste», dice. Y lo ha conseguido. Con esas ideas ha llegado a dos finales de la Liga de Campeones. Ganarla es su gran obsesión, lo que le ha motivado durante todo este curso, aunque ha conseguido no descolgarse en la Liga. Quiere ser el primer entrenador que gane la Champions con el Atlético. Todo lo que ha conseguido hasta ahora ya lo había hecho alguien antes. «Su mayor título», dice Guardiola, «es competir en igualdad con el Madrid y el Barcelona». Pero él quiere ser el primero, como Cruyff en el Barcelona. Simeone sólo quiere ser único para el Atlético. Ayer vengó una afrenta histórica que tenía ya 40 años. Ahora quiere vengar la de Lisboa.
Source: Deportes