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Era norma básica, abolida en la práctica de esta absurda modernidad, que el periodista rehuyera incluirse en un equipo al escribir de él. Si nos «alineamos» con el Atlético, el Madrid o el Barcelona, o con España, implícitamente «jugamos» contra el otro. Somos rivales. La pretendida neutralidad, la discutible objetividad, es entonces un eufemismo y una parte de los lectores, de los oyentes, de los televidentes, se sitúa enfrente, en contra. Defiende el simpatizante a los suyos, con las más poderosas razones o con el azadón, lo que sea necesario. Utilizamos la la primera personal del plural como si «nosotros» formáramos parte del once de Zidane; bastaría con cambiar el sustantivo para identificarnos: periodista por jugador (público) número 12. Esta injusticia parcial, esgrimida en los momentos gloriosos por corifeos y turiferarios que se invitan al guateque, después de minutos de desazón, frustración y puede que hasta ridículo, se transforma en absoluta, y miserable, cuando el halagador gira hacia acusador y cambia el «nosotros» por «ellos». En el Camp Nou subíamos al ataque con Marcelo, defendíamos con Cristiano y Bale, rematábamos con Benzema y parábamos con Keylor… En el Volkswagen Arena los jetas, que no se merecen lo que ganan, ¡niñatos consentidos!, son ellos… Nos hemos borrado de la alineación y anclamos en terreno de nadie, de donde nunca debimos movernos. Y se nos ve el plumero. Del «vamos a por la Undécima» pasamos a «éstos no ganan ni a los infantiles del Wolfsburgo». Pero los villanos que, paseando, confundieron la hierba de la Baja Sajonia con la Pradera de San Isidro, son los héroes que corrieron y terminaron exhaustos en Barcelona. Correr es poder. Son ellos los que ganan y pierden, vuelan y andan. Siempre.
Source: Deportes