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Marcelo acabó cansado el partido del sábado. Ayer le dolían las piernas y la espalda y le costaba sentarse para posar para una foto. Como el resto de los titulares, por la mañana se entrenó en Valdebebas con suavidad: una carrera continua y estiramientos en el gimnasio, que Zidane quiere que descansen lo más posible tras el esfuerzo del Clásico y en espera de lo que viene, la ineludible hora de la verdad. El Real Madrid va a jugar partidos cada tres días, pero desde su victoria en campo rival lo hace con un objetivo claro: llegar a la final de la «Champions», porque, quizá por primera vez en la temporada, se ve con fuerza y capacidad para hacerlo.
Ésa es la resaca, la buena resaca, de ganar un partido en el que muchos señalaban a los blancos como víctimas. Un grupo de futbolistas, que eran todo dudas y que vivían en la incertidumbre, afrontan el futuro, el partido del miércoles y el resto de la temporada, con la confianza de quien forma parte de una entidad que suma diez Copas de Europa y que sabe mejor que nadie lo que es disputar esta competición. «La ‘‘Champions’’ es el escenario natural para el Real Madrid; es como la selva para el león», escribe Marcelo, el protagonista principal del Clásico, el futbolista que cambió la dinámica del encuentro. Cuando el conjunto de Zidane no encontraba salida a su juego, agobiado por la presión del rival, buscó al brasileño, en la banda izquierda, para empezar a jugar. Fue él quien dio atrevimiento al equipo, le hizo pasar del centro del campo y, sobre todo, el que, cuando todo parecía torcido, tras el tanto de Piqué en la segunda parte, se inventó la jugada por la que llegó el empate y la vida y la esperanza para el Madrid. «Nunca dejamos de creer, pero la victoria nos ayuda a reforzar la autoestima», continua el defensa blanco, con la experiencia de quien en noviembre de este año va a hacer diez años en el Madrid.
Cuando llegó tenía 18 años, una perilla que no terminaba de crecer y el ejemplo de Roberto Carlos de lo que tenía que ser el lateral izquierdo del Real Madrid. Marcelo había destacado en el Fluminense, donde llegó tras jugar al fútbol-sala, de donde conserva la técnica y ese regate pisando la pelota con la que dejó atrás a Mascherano al borde del área y comenzó la remontada del Real Madrid. Marcelo ha madurado en el conjunto del Bernabéu. «Lo importante para nosotros no es tanto llegar como hacer el viaje llenos de esperanza», explica hablando de la temporada del equipo, pero también de cómo entiende la vida.
En la capital de España ha visto crecer a su hijo Enzo y el año pasado tuvo a Liam; ha aprendido a manejar la presión con una sonrisa y a convivir con episodios complicados fuera del campo, como aquella vez en la que se dio cuenta de que un coche le seguía. Dio tres vueltas a una rotonda, para comprobar si su intuición era cierta y el coche las dio detrás de él. Marcelo y su mujer fueron a un hotel donde estaba un amigo y desde allí llamaron a la seguridad del club. Les dijeron que ya les había sucedido a otros futbolistas, que era un paparazzi que seguía a los famosos.
El club blanco da para varias vidas, dentro y fuera del estadio. «Cada año aquí son muchos en cualquier otro lugar. Es parte de la grandeza del Madrid», continúa Marcelo. Para lo malo y para lo bueno, como aquella noche de Lisboa, contra el Atlético, con su gol, que era el tercero y tras el que se besó el escudo de la camiseta, con las lágrimas que el futbolista ni podía ni quería detener. Fue una noche feliz.
Después, otra vez, la tensión y la exigencia diaria. «¿Presión aquí? Un minuto después de ganar la Décima ya se empezó a hablar de la Undécima», dice Marcelo, pensando en el objetivo que se ve con mucha más claridad desde que se ganó al Barcelona.
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Ayer Marcelo fue al entrenamiento con su hijo Enzo, que le acompaña muchas veces y con quien habitualmente juega en su hogar. Según su mujer, no hay día que padre e hijo no rompan algún mueble o algún objeto decorativo en casa. Tras acabar la sesión de recuperación de los titulares en Valdebebas, Marcelo posa con profesionalidad, con algo más de timidez de lo que se le ve en el campo y se va a descansar el mayor tiempo posible. Hay que recuperar y pensar ya en el choque contra el Wolfsburgo, la puerta a las semifinales, a las que el Madrid llegaría por sexta temporada consecutiva. El choque del Camp Nou es un golpe de mano, un chute de autoestima. Pero también es pasado y ya se ha dejado atrás. «El Real Madrid es un bólido sin espejos retrovisores. Sólo se puede mirar hacia adelante», dice.
El lateral blanco da la impresión de ser un hombre feliz y sonriente, pero sería equivocado confundir eso con la frivolidad. Intenta contagiar simpatía y buen rollo, intenta hacer grupo y se «pelea» con Sergio Ramos para elegir la música que tiene que sonar en el vestuario. Al español le gusta más el flamenco. A Marcelo, bastante menos. Es un hombre que comparte feliz, pero también es trascendente y le da vueltas a las cosas. «Somos un vestuario que tiene de todo y bueno; somos la ensalada perfecta», explica.
Es un futbolista irremplazable en el Real Madrid. Primero, porque no tiene sustituto natural en la plantilla y, después, porque lo que hace él es imposible que lo haga otro. Sustituyó a Roberto Carlos, un futbolista explosivo y que le ayudó mucho en su adaptación en España y ahora puede que le haya superado en su influencia en el juego del equipo blanco. «Es el mejor lateral del mundo», asegura el ex futbolista del Real Madrid. Y no es fácil ser defensa y ser tan influyente.
Marcelo es defensa: no delantero ni centrocampista, aunque por su potencia ocupe cualquier zona del campo. Pero es defensa y presume de ello. Una de las pocas cosas que le cambian el humor y le hacen perder la sonrisa con la que vive siempre es que se diga que no le gusta defender. Es el tercer futbolista del Madrid, detrás de Modric y Kroos, que más balones recupera. Pero es que también es el tercer futbolista del equipo, también detrás de Kroos y Modric, que más pases da. No le asusta la responsabilidad y tiene jerarquía en el equipo, años suficientes para tomar el mando. Ayer posó para LA RAZÓN después de haber ganado, pero, como uno de los capitanes, es el primero que sale a explicar lo que sucede cuando ha habido un mal día. Y esta temporada ha habido unos cuantos reveses y críticas de más.
Hasta la victoria ante el Barça, ha habido más días duros que ratos plácidos. Y son los veteranos los que tienen que demostrar al resto cómo se sale de esas situaciones: «Nunca nos hemos desanimado porque pese a los golpes sabíamos que el trabajo permanecía día tras día», cuenta Marcelo. Sabe que el fútbol da muchas vueltas y que todo lo que parece perdido se puede ganar si se mantiene la constancia. Tiene un tatuaje de un escarabajo en honor al coche con el que su abuelo Pedro le llevaba a los entrenamientos. Fue su abuelo quien más empeño puso en que se fuera al Fluminense y dejara el fútbol-sala. Fue su abuelo quien le convenció para que se centrase en el fútbol cuando al Marcelo adolescente la vida le llamaba para probar otras muchas cosas.
Aprendió que sin esfuerzo no se puede llegar a ningún sitio y vio que el mismo mensaje se repetía en el Madrid. Que hace falta esfuerzo y también alguien que sepa conducirlo. Zizou, por ejemplo: «Zidane confía en su sistema y, además, confía en sus hombres, en nosotros. Las dos cosas son la base de todo», acaba Marcelo.
Source: Deportes